sábado, 7 de julio de 2007

La próxima hecatombe y la estrategia chilena

La próxima hecatombe y la estrategia chilena Se anuncian grandes terremotos y tsunamis que azotarán a Chile El terremoto más fuerte de la historia mundial se registró en Chile, el 22 de mayo de 1960; el sismo llegó a 9.5 grados en la escala Richter de 10, y afectó Santiago y Concepción, tras lo cual se levantaron olas gigantescas y erupciones volcánicas. Unas 5 mil personas murieron y 2 millones quedaron sin hogar.Pero ese no es el único gran terremoto acaecido en Chile, sus registros muestran grandes terremotos en toda su historia. National Geographic transmitió hace poco una simulación científica de lo que le espera a Chile en cualquier momento: una gran catástrofe en tierra y un tsunami devastador. Esas imágenes se pueden ver en You Tube (*).Sin embargo, el modelo matemático de National Geographic se ha quedado chico, porque había tomado en cuenta los antecedentes y falla a la altura de Valparaíso. Ahora se comprueba que no sólo esa zona es de alto riesgo: los terremotos sucedidos estos días más al sur, a la altura de Puerto Aisén, revelan que la configuración de la potencialidad sísmica es más compleja y extensa, pues el fenómeno está acompañado por el nacimiento de un volcán submarino. La magnitud de los repetidos sismos es respetable, oscila de 5 a más de 6 grados en la escala Richter, sumados a la ocurrencia de tsunamis.La estrategia de supervivenciaSismos hay en toda la zona del cinturón de fuego del Pacífico, del cual el Perú es parte, pero la eventualidad de una gran catástrofe no es nada nuevo para el gobierno chileno. Hay numerosos estudios científicos que anuncian lo inevitable desde hace varias décadas.Con este panorama en manos, no es difícil deducir cuál sería una de las soluciones de Chile como estrategia de supervivencia, no preparada necesariamente para los sectores de chilenos más pobres, a los cuales dejarían morir engullidos por las olas o la tierra, sino en especial para salvación de los estratos sociales más altos.El suelo no es más seguro, hay que buscar otras tierrasQue la tierra chilena sufrirá grandes catástrofes habría llevado a los militares chilenos a diseñar una estrategia de supervivencia como nación, buscando otras tierras más seguras. Obviamente, no las buscarán en África ni en la China, lo más fácil es invadir a los países vecinos: Perú, Bolivia, Argentina. Por lo pronto, desde hace años han entrado en una carrera frenética para invertir en estos países, además de Brasil y Colombia.Pero, ¿podrían invadir varios países a la vez? Sería lo peor que un ejército mediano podría planificar, no se puede abrir demasiados frentes sin un gran riesgo, por esta razón deben concentrarse en un país: el más codiciable y el más vulnerable.Habiendo trazado esta estrategia muchos años antes, entonces habrían decidido aumentar la vulnerabilidad del Perú: aumentar las inversiones, comprar tierras, coimar autoridades para obtener legislación favorable a sus intereses, realizar un gran trabajo de lavado cerebral para disminuir el rechazo de los peruanos a Chile. Por supuesto que estas etapas ya están cumplidas, con el agravante de que el traidor Allan Wagner, durante el primer gobierno aprista, firmó un acuerdo con los chilenos para falsificar nuestra historia.En consecuencia, vemos que todo fluye de acuerdo a ese esquema: han obtenido cielos abiertos, sus militares son pilotos de Lan que espían nuestro territorio, destruyeron la marina mercante, se infiltraron en los puertos, donde tienen gran parte del manejo portuario, aumentan la inversión mafiosa en todo lado, incluyendo amenazas al ministro del Interior, y por último, tienen su prensa felipilla, que se encarga de denigrar la peruanidad: lo cholo es despreciable (cholas Chabuca, Jacinta, sinónimo de desviadas, brutas y feas); si los nacionalistas buscan inspeccionar nuestra frontera son tildados de agitadores que buscan figuración política y son reprimidos; si alguien habla la verdad de los crímenes chilenos, es un predicador del odio; si alguien critica el exceso de inversiones estratégicas chilenas, es tildado de chauvinista y de oponerse al desarrollo. Además, en varios gobiernos se ha logrado reducir los gastos militares en el Perú, lo que nos pone en franca desventaja frente al país delincuente, Chile. Nada dicen, por ejemplo, de la mano negra, encarnada en las personas de corruptos funcionarios peruanos, que se oponen a la inversión porturaria, como los casos del megapuerto y las grúas.No sólo las catástrofes terrestres y marinasAdemás de lo ya señalado, el daño a la capa de ozono se suma a las amenazas a la población chilena, pues esta capa presenta mayor riesgo en las latitudes del sur, es decir, Chile. Otra amenaza es el calentamiento global, que ocasionará una escasez de agua por el derretimiento de los glaciares. Estos días hay denuncias sobre los daños que registran los hielos del Aconcagua.Por todo lo visto, debemos estar preparados, pues la estrategia y armamentismo de Chile no responden necesariamente a un plan a largo plazo, las condiciones de vulnerabilidad del Perú han alcanzado un grado óptimo para los fines históricos de rapiña de Chile. Por otro lado, las previsiones de catástrofe de Chile pueden resultar en un evento más próximo de lo que ellos suponían, lo que aceleraría el proceso de guerra contra el Perú.

La salida al mar para Bolivia

La salida al mar para Bolivia Con cierta periodicidad, los gobernantes bolivianos ponen en primer plano de la noticia su reclamación a Chile por una salida soberana al mar. La respuesta de los chilenos, en la mayor parte de los casos, es manifestar que ya existe un tratado entre ambos países y que no es posible dar una respuesta positiva a esa demanda. Cuando Chile desea entretener o “mecer” a los bolivianos, contesta diciendo que se tiene que consultar al Perú.Como sabemos, según el tratado de 1929 entre Perú y Chile, si el país sureño desea ceder a Bolivia territorio peruano usurpado (digamos, Iquique, Arica), debe consultarse la opinión del Perú. Esto ya sucedió en 1976, ocasión en que ante un ofrecimiento chileno a Bolivia de salida al mar por Arica, el Perú respondió proponiendo una soberanía trinacional compartida en la zona, planteamiento que Chile rechazó por dos razones: a) no quiere compartir soberanía con ningún país en los territorios usurpados a Bolivia y Perú; b) desea mantener abierta la opción de apoderarse de más territorios del Perú, cosa que resultaría prácticamente imposible si se aplica la posición peruana de la soberanía trinacional.Otro aspecto que se debe tener en cuenta, ante el cual la diplomacia peruana, salvo raras excepciones, mantiene una actitud pasiva, es el efecto que en este asunto de la salida al mar de Bolivia Chile busca y logra: transferir al Perú la responsabilidad de resarcir con el territorio peruano de Arica el despojo de su litoral sufrido por Bolivia a manos precisamente de Chile. En otras palabras, los chilenos quitan su litoral a Bolivia y desean resarcir el daño cediendo territorio peruano. Y aquí se debe decir con mucha claridad que los bolivianos no son víctimas inocentes de la maniobra chilena; muy por el contrario, cada vez que Chile arrima el problema al Perú, los bolivianos expresan la esperanza de que el Perú ayude a concretar sus aspiraciones aceptando la propuesta chilena del corredor por Arica. No se oye a los bolivianos decir que desean salida al mar en algún punto de su usurpado litoral (Cobija, Mejillones o Antofagasta, por ejemplo); el nombre de Arica suena bien en sus oídos.La correcta respuesta del Perú va, como públicamente ha expresado en más de una ocasión el embajador José de la Puente Rabdill, por el lado de aclarar que el Perú no es responsable de la pérdida de la costa boliviana. Este enunciado de política exterior debe ser el punto de partida de la posición diplomática peruana cada vez que Chile mueva el tema: lo de la salida al mar de Bolivia es un problema bilateral entre Bolivia y Chile, y el Perú no es responsable de la pérdida del litoral boliviano (como dice la letra de una canción, “ese muerto no lo cargo yo, que lo cargue el que lo mató”). Si como nota o clave condicionante la diplomacia peruana hace saber a los chilenos esta percepción del problema, evitaremos que usen al Perú como tonto útil en su empeño permanente de engañar a Bolivia.Jorge Basadre, en el capítulo “La guerra con Chile: orígenes y declaratoria” de su Historia de la República del Perú escribe: “En efecto, examínese la historia anterior de Bolivia y se verá cuánto recelo existió siempre entre ese país y el Perú y cuántas veces los hombres dirigentes bolivianos soñaron adicionar a ese país los territorios de Tacna y Arica”. La verdad es que antes de la invasión chilena, siempre resultó muy difícil a Bolivia la comunicación entre el altiplano y la costa; era muy complicado abastecer y defender su litoral, lo que facilitó la gradual penetración y predominio de capitales chilenos que tomaron el control de la explotación del salitre. Por este motivo, hasta el día de hoy la mayoría de gobiernos bolivianos prefiere escuchar las engañosas palabras de los chilenos, que les prometen Arica sabiendo que el Perú no aceptará la salida por ese lugar.Ejemplo típico de la intención chilena de responsabilizar al Perú para la salida al mar de Bolivia es lo que escribe Carlos Maldonado Prieto1: “Lo obvio es postular una normalización con Bolivia como condición esencial y sine qua non para garantizar en el tiempo la seguridad de Chile. Como se ha reseñado anteriormente, Chile y el Perú poseen el candado y la llave para devolver la cualidad marítima de Bolivia. Hasta ahora, el mecanismo diplomático utilizado ha sido que primero Chile y Bolivia han llegado a un acuerdo, y luego han consultado al Perú sobre su disposición a aceptarlo, presentando un caso de hechos consumados, sin dar posibilidad a que este último pueda ser parte gestora de la solución.”Nótese que dicen “primero Chile y Bolivia han llegado a un acuerdo, y luego han consultado al Perú”, ante lo cual la pregunta inmediata es: ¿por qué involucran al Perú si nosotros no quitamos nada a Bolivia? Se infiere que Bolivia entra al juego chileno al no reclamar salida por su litoral usurpado sino por territorio peruano. Por otro lado, según esta cínica apreciación que citamos, el candado lo tiene Chile; y la llave, nuestro país. O sea que el Perú, que no despojó de su territorio costero a Bolivia, es presentado como el obstáculo que impide la solución del problema boliviano. El país usurpador, Chile, intenta mostrarse como el bueno, el que busca la solución; mientras que el opositor o malo de la película es el Perú. Obviamente, para los chilenos es impensable que la salida para Bolivia sea por los territorios usurpados a los altiplánicos; quieren entregar a Bolivia territorio peruano para que la costa chilena no sea interrumpida con un enclave boliviano.Pese a todas las agresiones y engaños, Chile el usurpador y Bolivia el damnificado mantienen buenas relaciones, y posiblemente haya entendimientos entre ambos países para incrementar su comercio. Los gobernantes bolivianos, más allá de negarse a vender gas a Chile, no enfrentan la realidad de que su reclamo de salida al mar es una causa perdida: Chile no quiere devolver ni un centímetro del usurpado litoral boliviano ni el Perú está en este caso obligado a nada, por no ser usurpador de la costa boliviana.No vemos ni claridad ni sinceridad en las actitudes bolivianas en lo concerniente a reclamar su salida al mar. Es posible que Chile siga sacando el máximo provecho de la situación, manteniendo su principio rector de no devolver ni un centímetro cuadrado de las tierras que ha robado a Argentina, Bolivia y Perú. Nosotros lo entendemos; Bolivia, no, aún tiene infundadas ilusiones de encontrar comprensión del país que mutiló su territorio y la convirtió en una nación mediterránea.

EL PROBLEMA NACIONAL Y COLONIAL DEL PERU EN EL CONTEXTO DE LA GUERRA DEL PACIFICO

Patricio Lynch, el comandante en jefe de la fuerza expedicionaria  chilena, visitaba en compañía del almirante francés Du Petit Thouars
uno de los hospitales de Lima, luego de las batallas de San Juan y
Miraflores que provocaron la ocupación de la ciudad. Lynch, tratando
de explicar las causas de la derrota peruana al almirante francés, se
acercó a dos heridos peruanos y luego de dirigirles palabras
consoladoras, les preguntó separadamente:-Y ¿para qué tomó Ud. parte en estas batallas? 

-Yo -le contestó el
uno -, por don Nicolás. Y el otro: -Por don Miguel.
Don Nicolás era Piérola; don Miguel, el coronel Iglesias. Dirigió luego la misma pregunta a dos heridos del ejército chileno y ambos le respondieron con profunda extrañeza:- ¡Por mi patria, mi general!
Y Lynch, volviéndose a Du Petit Thouars, le dijo:
-Por eso hemos vencido. Unos se batían por su patria, los otros por don fulano de tal. (Bulnes 1911-19, t. II, pig. 699).




Cuarenta años más tarde, el escritor peruano Enrique López Albújar en un hermoso cuento, a medio camino entre la realidad y lo imaginario, describe el diálogo sostenido entre el indio Aparicio
Pomares y los comuneros de Obas, en Huánuco, buscando el primero 
despertar la resistencia de estos campesinos en contra de la ocupación chilena:

-Quizás ninguno de ustedes se acuerde ya de mí. Soy Aparicio Pomares de Chupán, indio como ustedes, pero con el corazón muy peruano. Los he hecho bajar para decirles que un gran peligro amenaza a todos estos pueblos, pues hace quince días que han llegado a Huanuco como doscientos soldados chilenos. Y ¿saben
ustedes quienes son esos hombres? Les diré. Esos son los que hace tres años han entrado al Perú a sangre y fuego. Son
stipaypa-huachashgan y es preciso exterminarlos. Esos hombres incendian los pueblos por donde pasan, rematan a los heridos, fusilan a los prisioneros, violan a las mujeres, ensartan en sus
bayonetas a los niños, se meten a caballo en las iglesias, roban las custodias y las alhajas de los santos y después viven en las casas de Dios sin respeto alguno, convirtiendo las capillas en pesebreras y los altares en fogones. En varias partes me he batido con ellos (...).


-¿Y por qué chilenos hacen cosas con piruanos? -interrogó el cabecilla de los Obas-, ¿no son los mismos mistis?


-No, esos son otros hombres. Son mistis de otras tierras, en las que no mandan los peruanos. 

Su tierra se llama Chile.
-¿Y, por qué pelean con los piruanos? -volvió a interrogar el de Obas.
-Porque les ha entrado codicia por nuestras riquezas, porque saben que el Perú es muy rico y ellos muy pobres. Son unos piojos hambrientos.
El auditorio volvió a estallar en carcajadas. Ahora se explicaban
porqué eran tan ladrones aquellos hombres: tenían hambre. Pero el de Obas, a quién la frase nuestras riquezas no le sonaba bien, pidió una explicación.
-¿Por qué has dicho Pomares nuestras riquezas?

 ¿Nuestras riquezas son, acaso, las de los mistis? ¿Y qué riquezas tenemos
nosotros? Nosotros sólo tenemos carneros, vacas, terrenitos y papas y trigo para comer. ¿Valdrán todas estas cosas para que esos hombres vengan de tan lejos a querérnoslas quitar?


-Les hablaré más claro -replicó Pomares-. Ellos no vienen ahora por nuestros ganados, pero sí vienen por nuestras tierras 

 -El término misti es una palabra quechua que designa a los blancos y a los
mestizos con poder.-


están allá en el sur. Primero se agarrarán ésas, después se agarrarán las de acá. ¿Qué se creen ustedes? En la guerra el que puede más le quita todo al que puede menos.
-Pero las tierras del sur son de los mistis, son tierras con las que nada tenemos que hacer nosotros -arguyó nuevamente el
obasino-. ¿Qué tienen que hacer las tierras de Pisagua, como dices tú; con las de Obas, Chupán, Chavinillo, Pachas y las
demás?


-Mucho. Ustedes olvidan que en esas tierras está el Cuzco, la
ciudad sagrada de nuestros abuelos. Y decir que el misti chileno
nada tiene que hacer con nosotros es como decir que si mañana,
por ejemplo, unos bandoleros atacaran Obas y quemaran unas
cuantas cosas, los moradores de las otras, a quienes no se les
hubiera hecho daño, dijeran que no tenían que meterse con los bandoleros ni por qué perseguirlos. 

¿Así piensan ustedes desde que yo falto aquí? (...). 
¿Acaso les tendrán ustedes miedo? 
Que se  levante el que tenga miedo al chileno (.. .).

Pero el viejo Cusasquiche, que era el jefe de los de Chavinillo,
viejo de cabeza venerable y mirada de esfinge, dejando de
acariciar la escopeta que tenía sobre los muslos, dijo, con fogosidad impropia de sus años:
-Tú sabes bien, Aparicio, que entre nosotros no hay cobardes, sino prudentes. El indio es muy prudente y muy sufrido y cuando se le acaba la paciencia embiste, muerde y despedaza. Tu pregunta
no tiene razón. En cambio, yo lo pregunto, ¿por qué vamos a hacer causa común con mistis piruanos?

Mistis piruanos nos han
tratado siempre mal. No hay año en que esos hombres no vengan por acá y nos saquen contribuciones y nos roben nuestros animales y también nuestros hijos, unas veces para hacerlos
soldados y otras para hacerlos pongos. 


¿Te has olvidado de esto,Pomares?
-No, Cusasquiche. Cómo voy a olvidar si conmigo ha pasado eso.
Hace cuatro años que me tomaron en Huánuco y me metieron al ejército y me mandaron a pelear al sur con los chilenos. Y fui a pelear llevando a mi mujer y a mis hijos colgados del corazón.
¿Qué iba a ser de ellos sin mí? Todos los días pensaba lo mismo y todos los días intentaba desertarme. Pero se nos vigilaba mucho.


Y en el sur, una vez que supe por el sargento de mi batallón por
qué peleábamos, y vi que otros compañeros que no eran indios
como yo, pero seguramente de mi misma condición, cantaban

bailaban y reían en el mismo cuartel, y en el combate se batían como leones, gritando ¡Viva el Perú! y retando al enemigo, tuve vergüenza de mi pena y me resolví a pelear como ellos. ¿Acaso
ellos no tendrían también mujer y guaguas como yo? Y como oí que todos se llamaban peruanos, yo también me llamé peruano. Unos peruanos de Lima; otros, peruanos de Areguipa; otros,
peruanos de Tacna. Yo era peruano de Chupán... de Huánuco.
Entonces perdone a los mistis peruanos que me hubieran metido
al ejército en donde aprendí muchas cosas. Aprendí que Perú es
una nación y Chile otra nación; que el Perú es la patria de los
mistis y de los indios; que los indios vivimos ignorando muchas cosas porque vivimos pegados a nuestras tierras y despreciando el saber de los mistis, siendo así que los mistis saben mas que
nosotros. Y aprende que cuando la patria está en peligro, es decir, cuando los hombres de otra nación la atacan, todos sus hijos deben defenderla. Ni más ni menos que lo que hacemos por acá
cuando alguna comunidad nos ataca. ¿Que los mistis peruanos
nos tratan mal? ¡Verdad! Pero peor nos tratarían los mistis chilenos. Los peruanos son, al fin, hermanos nuestros; los otros son nuestros enemigos. Y entre unos y otros elijan ustedes.


(López Albújar, 1975, págs 57-68).


Tanto el contenido del diálogo del coronel Patricio Lynch como el
del comunero Aparicio Pomares se refiere a las actitudes asumidas
por segmentos importantes de las clases populares del Perú durante
la llamada Guerra del Pacífico, es decir, el conflicto militar que opuso
a Chile y Perú entre 1879 y 1883. Estas actitudes son, evidentemente, síntomas. Apenas indicios que revelan y que traducen un problema capital: la dimensión social de la Guerra del Pacífico,
 o,si se quiere, el desdoblamiento de una guerra nacional en un conflicto
interno que fue a la vez étnico y de clase. Esta guerra, como es bien conocido, terminó con el desastre militar, económico y político de la
clase dirigente peruana. Pero al margen de esta tragedia, el proceso
mismo de la guerra brinda al historiador una oportunidad excepcional
para testear la solidez de los supuestos nacionales con los que el Perú
se había convertido en República sesenta años antes. Nada mejor que
una situación de crisis para examinar los fundamentos de una
sociedad y las motivaciones del comportamiento de sus hombres. Y
es justamente la exploración de este problema el que se quiere
intentar aquí.. Pero antes de emprenderla es conveniente precisar

con el mayor rigor posible el alcance y el significado del análisis que
se propone.


¿Por qué, en primer lugar, exploración? Por la simple razón de
que la Guerra del Pacífico es un proceso, al igual que otros, todavía
insuficientemente estudiado


Es necesaria aún una cuidadosa
investigación sobre los diferentes aspectos de la Guerra del Pacífico
antes de establecer conclusiones o redactar una síntesis definitiva. La
comprobación de esta carencia no está contradicha por la existencia
de una densa literatura nacional sobre la Guerra del Pacífico, escrita
en los tres países con fines apologéticos o exculpatorios y con una
utilidad científicamente nula. Lo que aquí se intenta, por consiguiente, más que escribir la historia completa de la guerra entre Perú y Chile, es apenas abrir y sustentar una perspectiva de análisis
para una de las dimensiones de la Guerra del Pacífico.


¿Por qué, en segundo lugar, privilegiar la dimensión social del conflicto en lugar de otros? 

Es curioso comprobar, por lo menos en el
Perú, que la alternativa elaborada frente a la interpretación oficial de la Guerra del Pacífico se reduce a la exposición de una tesis que puede llamarse de la conspiración extranjera. En sus términos mas simples ella sostiene que los actores directos en la guerra en realidad no fueron sino meras sombras, en el mejor de los casos simples marionetas cuyos hilos fueron indistintamente manejados desde
Europa, es decir, Inglaterra y Francia, y desde los Estados Unidos.
Esta fantasmagórica interpretación de la historia nacional es correcta
en su intención, en la medida en que trata de situar un conflicto
nacional dentro de una perspectiva más amplia, pero es errada en su
análisis y desprovista de la evidencia suficiente que sustente
adecuadamente sus afirmaciones. A este respecto caben aquí sólo
dos digresiones marginales.
La Guerra del Pacífico estalla en un momento que corresponde a
lo que Lenin denominara el inicio del imperialismo, es decir, una
etapa caracterizada por sustantivas modificaciones en la estructura
interna de las potencias europeas y en las modalidades de su expansión
ultramarina. Este sólo hecho justifica ampliamente la
necesidad de examinar el papel de las fuerzas internacionales en el
desencadenamiento, en el proceso y en la conclusión de la Guerra del

Pacífico. Pero este examen, a su vez, implica distinguir un doble nivel
de análisis el de la política pública de los diferentes Estados y el de la
política privada de las diferentes firmas que tuvieron el control de los
principales recursos en Bolivia, Chile y el Perú. Sobre lo primero, la
política pública, y para el caso de Inglaterra, la principal potencia
económica del momento, el profesor V. G. Kiernan escribió hace 25
años un documentado artículo cuya principal conclusión parece
indiscutible hasta el momento. Kiernan -refiriéndose a lo expresado
por el secretario del Departamento de Estado norteamericano en
1882, que: "es un perfecto error hablar de esto como una guerra
chilena contra el Perú. Es una guerra inglesa contra el Perú, con Chile
como su instrumento" escribió lo siguiente:
Pocas de las vastas consecuencias de la guerra podían haber sido
previstas cuando estalló; hecho que contradice la idea de Blaine
de que esta era una "guerra inglesa". En la medida en que sus
sospechas se refieren al capital británico establecido en los
yacimientos salitreros chilenos, ahí debe quedar -al igual que en
problemas análogos- un elemento de duda. Este capital tuvo estrechas
relaciones con los intereses políticos y financieros
chilenos, y a través de ellos pudo ejercer subrepticiamente una
influencia del tipo que tiende a dejar pequeños rastros positivos
de su actividad. El veredicto legal escocés de "no probado" puede
ser aquí el más idóneo. La sospecha de Blaine, sin embargo, va
más lejos, al conjunto de los intereses británicos y al gobierno
británico como su representante, y aquí el veredicto sólo puede
ser "no culpable" (Kiernan, 1955, pág. 35-36).
El rol de las diferentes firmas extranjeras en el origen y en el proceso de la guerra, por otra parte, es todavía absolutamente
desconocido. Es el análisis de la documentación privada de los varios
grupos de bondholders, de Dreyfus, de los propietarios de los yacimientos
de salitre, de las casas comerciales, de los bancos, así como el de su correspondencia con los gobiernos, o fracciones de gobierno, de Chile; Perú y Bolivia que permitirá alguna vez su esclarecimiento. A condición de evitar pensar ingenuamente que el capital y sus
agentes extranjeros apostaron de una vez y para siempre en favor o en contra de uno de los beligerantes. Una experiencia de cerca de 60


años en sus relaciones con la América Latina, después de todo, los
inmunizó contra semejante audacia


Lo que este ensayo provisional intenta, en cambio, es examinar la
dimensión social de la Guerra del Pacífico. Este énfasis deriva del
convencimiento de que tanto el proceso como los efectos producidos
por la Guerra del Pacífico se explican mejor por un adecuado
conocimiento de la estructuración interna de la sociedad peruana.
El origen y el proceso militar de la Guerra del Pacífico en su
apariencia son bastante conocidos. En el Atacama boliviano existían
importantes yacimientos de salitre, los que eran explotados por
capitales chilenos y británicos. Un largo conflicto limítrofe entre Chile
y Bolivia sobre el control de esta zona condujo a la Convención de
1872 y al Tratado de 1874. Por la primera se reconocía como límite
de ambos territorios el paralelo 24°S, mientras que por el art. IV del
Tratado, Bolivia se comprometía a no aumentar los impuestos a las
empresas chilenas que operaban entre el paralelo 23° y 24° del
territorio boliviano durante los próximos 25 años. Este Tratado no fue
ratificado por el Congreso boliviano y, más bien, el 14 de febrero de
1878 el gobierno boliviano estableció un nuevo impuesto de diez
centavos por cada quintal de salitre exportado desde 1874. La
respuesta chilena fue la ocupación militar del desierto de Atacama
exactamente un año más tarde. El Perú, ligado a Bolivia desde 1873
por un "tratado secreto" de defensa mutua, trató, en un primer
momento, de mediar en el conflicto, pero ante su negativa de
declararse neutral fue envuelto en él desde el 5 de abril de 1879
(Valerie Fifer, 1972, págs. 59-60).
La descripción del proceso militar es igualmente simple. Luego de
la ocupación chilena de Atacama, la guerra virtualmente se redujo al
conflicto militar entre Perú y Chile. Sus principales fases fueron en
parte el resultado de las imposiciones geográficas. Dada la distancia
entre los centros de poder y la dificultad de las comunicaciones
terrestres, la guerra fue en un primer momento marítima. La batalla
de Angamos (8 de octubre de 1879), en este contexto, sancionó la
definitiva superioridad marítima de Chile. En adelante podía contar


con ella para respaldar el desembarco y el avance por tierra de las
tropas chilenas. En efecto, una vez abierto el frente del Pacífico, el
desembarco en Pisagua (28 de octubre) permitió la toma de Iquique
y Tarapacá. Y es aquí, justamente, donde empieza la descomposición
política del Perú.
La crisis del Estado oligárquico


 ¿guerra nacional o guerra social?
Desde 1840 la economía peruana había reposado casi  íntegramente en la explotación y exportación del guano de sus islas, un fertilizante utilizado mayormente en el abono de los campos
ingleses. Pero el guano no sólo permitió el restablecimiento de la economía peruana luego de varias décadas de estancamiento, sino que posibilitó también el restablecimiento económico y político de
comerciantes y terratenientes nativos (Bonilla, 1974). 

Pese a sus fricciones internas, ellos constituyeron la espina dorsal de la clase
dirigente nativa. Su creciente poder económico fue nutrido
sucesivamente por dudosas especulaciones financieras, por su
participación en el comercio del guano, por su intervención en el
naciente capital financiero y por los beneficios derivados de una
excelente coyuntura agrícola. La traducción política de esta fuerza fue
justamente la constitución del Partido Civil y el ascenso de su líder
Manuel Prado a la jefatura del Estado peruano en 1872. Después de
cinco décadas terminaba así, al menos por el momento, el control
político que errática y sucesivamente fue ejercido por innumerables
caudillos militares. Otro eminente miembro de este grupo, el coronel
Mariano Ignacio Prado, era el presidente peruano cuando estalló el
conflicto del Pacífico.
¿Cuál era la solidez de este Estado oligárquico y hasta qué punto
la clase dirigente nativa había logrado una efectiva cohesión
nacional

 ¿La amenaza externa acabaría por cerrar las brechas
existentes entre las diferentes clases de la sociedad peruana, entre
las rústicas oligarquías provincianas y la educada elite limeña, entre,
en fin, los diferentes estamentos étnicos de una país tan
profundamente heterogéneo como el Perú? o, más bien, ¿agravaría
su disloque interno al quebrar sus débiles lazos de cohesión para
hacer de esta dispersión uno de los factores esenciales de la victoria
chilena? La simple narración de los acontecimientos encierra en sí
una respuesta posible a estas cuestiones. Quisiera empezar citando el


testimonio de uno de los testigos contemporáneos. Spencer St. John,
el jefe de la Legación Británica en Lima, el 29 de octubre de 1879,
escribió al Marqués de Salisbury, su ministro de Relaciones Exteriores
lo siguiente:
Tengo el honor de informar a Su Excelencia que con la llegada de
las noticias del 9 del presente, que anunciaban la captura del
"Huáscar" por los chilenos, surgió una crisis ministerial. El general
Mendiburu y el resto del gabinete renunciaron y el presidente
mandó por el general La Cotera para que éste lo ayudara a formar
un nuevo gabinete. Hasta ahora nada ha sido hecho al respecto a
pesar de que los puestos de relaciones Exteriores y de Justicia
han estado ocupados por pocos días La incapacidad de ambos
representantes fue demasiado obvia como para que pudieran
permanecer largo tiempo en el poder.
En estos momentos parece que no hubiera gobierno en absoluto.
El vicepresidente está enfermo y en cama y no asume ningún
trabajo, mientras que el general La Cotera, quien no es considerado
capaz, es el único ministro nombrado. Todo parece estar en un
estado caótico no hay un general al frente del ejército, nada se ha
hecho para reforzar la defensa de la ciudad, a pesar de que en
general se piensa que Chile prepara una expedición para atacar la
capital. De todos lados la incapacidad parece dominar cada
fracción importante, se informó que en el sur los jefes del ejército
se dedican a la diversión, como si la guerra no existiera (. . .).
El Perú parece estar atacado por la parálisis; el mismo pueblo
parece tan indiferente al futuro como la clase dirigente, que
piensa más en sus ambiciones personales que en el bienestar del
país 4.
Dos meses más tarde, diciembre de 1879, el mismo St. John
informó ahora lo siguiente:
En mi informe N° 176 del 10 del presente, me referí a la creciente
confianza como consecuencia del regreso del general Prado. En
general se pensaba que reforzaría el gobierno y al rodearse de
hombres capaces daría confianza al país. Ninguna de estas
esperanzas se ha cumplido. Incapaz de obtener la cooperación de
los líderes políticos, conservó al general La Puerta un ministro
incompetente. Cada sección del gobierno parecía paralizada.


Cuando el jueves 18 del presente el general Prado abandonó en
un barco inglés el país para dirigirse a los Estados Unidos el
pueblo se quedó sorprendido. Luego de su partida fue publicada
una proclama diciendo que había partido con el fin de conseguir
los medios necesarios para asegurar la victoria final sus amigos
escasamente respaldan esta declaración: En general se piensa
que su partida no fue sino una desgraciada fuga. Siempre pensé
que el general Prado no merecía el cargo que ocupaba. En cada
gran ocasión hacía alarde de su coraje, y es significativo que el
hombre que fuera calificado como héroe del "dos de Mayo", ahora
generalmente sea visto como un deplorable cobarde. El "dos de
Mayo" es la fecha de expulsión de la flota española en El Callao en
1866.
La reputación financiera del general Prado va a la par con su
coraje: es acusado por todos los partidos de ser autor del más
terrible sistema de expoliación. Se piensa generalmente que
algunos jefes ambiciosos, ansiosos de conquistar el poder
supremo, hicieron ver al general Prado que existía un complot
para asesinarlo, y en vista de que su mente estaba debilitada por
la enfermedad y la ansiedad, no pudo resistir estas presiones,
huyendo de lo que probablemente no fue sino un peligro
imaginarios5.
El curioso comportamiento del presidente Prado que describe St.
John ilustra en un grado extremo la actitud asumida por el conjunto
de la oligarquía civilista durante el conflicto. En el inicio mismo de la
guerra, en efecto, ante la demanda de un empréstito nacional por
diez millones de sales, el gobierno pudo obtener sólo 1.052.715,37
soles, suma básicamente aportada por las clases populares ante la
resistencia de los opulentos capitalistas limeños (Basadre, 1962-64,,
t. IV, págs. 2.380-81), y también como consecuencia de la escasez
de liquidez monetaria (Greenhill y Miller, 1973, págs. 107-31). Pero
la partida del presidente Prado fue apenas el preludio de una crisis
política mucho mayor, cuyo desarrollo podría llegar a tener
incalculables consecuencias para la clase propietaria. Fue Antero
Aspíllaga, el dueño de la hacienda "Cayaltí" en la costa norte, quien
predijo con mucha claridad los posibles resultados de esta
desorganización interna:
5Spencer St. John al marqués de Saliabury, Lima, 22/12/1879: P. R. O., F. O.
61/319.
Heráclito Bonilla. El Problema Nacional y Colonial del Perú en el Contexto de la Guerra del Pacífico.
Desarrollo Económico Vol. 20 N°77. 1980.
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11
(. . .) Cualquier trastorno interior sería más bien funesto porque
no faltarían imitadores de lo que pasó en Francia el 71 y podríamos
tener una horrible parodia de la Comuna, que nos llenará de más
males y desgracias. Esta guerra nos debe enseñar a ser mas
pensadores y sobre todo a tener un verdadero amor a nuestra Patria,
no sólo defendiéndola del enemigo extranjero sino también del monstruo
devorador de la guerra civil6.
El vacío de poder que se produce como consecuencia de la
evasión de Prado posibilitó el establecimiento de la dictadura de
Nicolás de Piérola no fundamental de sus actividades, además de
proclamarse "protector de la raza indígena" (Basadre, 1962-64, t. V,
pág. 2.444), estuvo orientado a la organización de la defensa de
Lima. Sin embargo, y pese a sus esfuerzos, las derrotas de San Juan
y Miraflores (enero de 1881) determinaron el colapso de su gobierno
y la ocupación chilena de Lima. Es de interés comprobar que durante
el breve gobierno de Piérola las grietas y el conflicto social interno se
hicieron mucho más profundos. Ni la invasión chilena ni el colapso
económico y militar del Perú hicieron que la oligarquía civilista
olvidara su odio social contra Piérola, el aristócrata arequipeño, quien
como ministro de Balta en 1868 le había arrebatado el estupendo
negocio del guano para confiarlo al comerciante francés Auguste
Dreyfus. "Primero los chilenos que Piérola", fue el pronunciamiento de
la oligarquía civilista (Basadre, 1931, pág. 139), subordinando de
esta manera su precaria conciencia nacional a los imperativos de su
conciencia de clase. La guerra nacional entre el Perú y Chile ahora
daba paso y acompañaba a una pugna interna mucho más
significativa, a aquella que oponía las diferentes clases y clientelas
políticas de una sociedad profundamente dividida.
Con la ocupación de Lima y la destrucción del Estado
oligárquico se produjo inmediatamente una fragmentación del poder
Gobiernos que se sucedían vertiginosamente o que mutuamente
competían por imponer su autoridad respectiva. Esta guerra interna,
en última instancia, no hacía sino traducir los intereses
irreconciliables de los diferentes caciques y caudillos y de sus
diferentes clientelas políticas. Como ninguno de ellos tuvo una base
autónoma de poder lo suficientemente sólida, el resultado fue una
profunda inestabilidad.


El mantenimiento o la ampliación de su esfera de poder en este
contexto dependía sólo del apoyo de la caución del ejército chileno de
ocupación. Los sucesivos gobiernos de Francisco García Calderón (22
de enero de 1881), de Lizardo Montero (6 de diciembre de 1881), de
Miguel Iglesias (30 de diciembre de 1882), tradujeron esta
estabilidad, ante la perplejidad de los chilenos, quienes no sabían con
quien discutir las condiciones de paz. Pero lo que esta fragmentación
a inestabilidad política encerraba era también la oposición profunda
entre intereses contradictorios. La desaparición del Estado oligárquico
como consecuencia de la guerra revelaba toda la precariedad de la
sociedad peruana y la profunda vulnerabilidad de la cohesión
obtenida por la dominación oligárquica. Estas diversas clientelas
políticas empezaron a disputarse ardientemente los restos del poder,
no sólo en las diferentes asambleas provinciales, sino también de
manera mucho más desnuda, a través de enfrentamientos armados.
No fue otro el significado de la convocación casi simultánea de cuatro
diferentes asambleas legislativas: la de Chorrillos, por García
Calderón (junio de 1881), la de Ayacucho, por Piérola (julio de 1881),
la de Cajamarca, por Iglesias (diciembre de 1882) y la de Arequipa,
por Montero (abril julio de 1883) (Basadre, 1962-64, t. VI, pág.
2.613). Pero la elocuencia de las armas se impuso ahí donde el verbo
era impotente. El combate de las tropas de Cáceres contra las de
García Calderón en San Mateo y Chicla en julio de 1881 (Basadre,
ibíd., págs. 2.578-79); contra las de Panizo en Acuchimay el 22 de
febrero de 1882 (ibíd., pág. 2.584), contra las de Iglesias desde el
"pronunciamiento" de Montán, o los sangrientos enfrentamientos
entre Puga a Iglesias, fueron el resultado y los indicios de esta
fragmentación y oposición internas entre los diferentes grupos de la
sociedad peruana. La guerra nacional contra Chile había virtualmente
terminado en enero de 1881 con la ocupación de Lima, no obstante la
admirable resistencia de Cáceres y de sus "montoneras". De las
cenizas humeantes de 1a guerra emergía ahora el conflicto de una
sociedad consigo misma. Y era esto lo que tal vez importaba más en
la conciencia de sus hombres.
Pero la destrucción del Estado oligárquico no sólo configura, como
se acaba de ver, una suerte de conflicto "horizontal" entre las
diferentes fracciones de la clase dirigente. Ella también da paso a una
oposición mucho más importante: entre la clase dirigente y el
conjunto de las clases oprimidas. Y es este conflicto el que subyace



en lo que fue la preocupación central de todos los gobiernos desde
García Calderón hasta Iglesias: el problema de la paz con Chile..
Después de la caída de Lima, en efecto, los diferentes gobiernos
que se instalaron con el apoyo del ejército chileno concordaron en
que era necesario establecer la paz con Chile en el más breve plazo.
Sus diferencias giraban en torno de las condiciones, más no sobre el
principio. Frente a esta renuncia del conjunto de la clase dirigente,
sólo Andrés A. Cáceres y sus "montoneras" emprendieron desde 1882
en las serranías andinas una obstinada resistencia a la vez contra la
ocupación chilena y contra la actitud de la oligarquía civilista. Como
dirá más tarde el mismo Cáceres:
Chile dedicó toda su actividad a la consecución de tal propósito,
valiéndose de los medios más viles a inescrupulosos. Y para
mayor desdicha encontró compatricios nuestros que, inspirándose
más en sus personales ambiciones que en las supremas
conveniencias de la patria, tornáronse en eficaces colaboradores
del invasor. Si nos cupo tan mala suerte, no se debió en modo
alguno a la presión de las armas enemigas, sino que es imputable
más bien al estado de desorganización en que se encontraba el
Perú, a los desaciertos de sus dirigentes y a la menguada actitud
de elementos pudientes que no supieron ni quisieron mantener
firme hasta el último extremo la voluntad de luchar por la
integridad territorial de la nación; y que, lejos de esto,
coadyuvaron a la labor emprendida con inaudito refinamiento por
el enemigo, dejando al ejército patrio no sólo sin apoyo alguno
sino restándole el que podrían haberle proporcionado.
En el sur, el ejército de Arequipa, fuerte de más de 4.000
hombres, y sin haber prestado ningún servicio a la patria, se
dispersó sin combate. En el norte se proclamó la paz a todo
trance, aceptándose las cláusulas de paz del invasor. En la capital
de la República, gente acomodada que al comienzo deseaba la
guerra, abominaba la resistencia armada y sólo pensaba en poner
a salvo sus personas y sus bienes con el advenimiento de la paz
(Cáceres, 1973, pág. 250).
Pero ¿cuáles fueron los intereses sociales comprometidos en la
demanda de una paz inmediata? Su exigencia respondía, sin duda, al
reconocimiento de la debilidad militar del Perú y a la inutilidad de
continuar con la guerra en tales condiciones. Pero también se debió a
consideraciones mucho más urgentes. Con las sucesivas victorias del
ejército chileno, no sólo se quebraron los tenues lazos de cohesión a


nivel nacional, sino que esta desorganización fue probablemente
mucho más intensa dentro de cada región. Terratenientes y
comerciantes, es decir, el conjunto del caciquismo local, de repente
se encontró en la más absoluta impotencia para mantener el control
de sus subordinados. También aquí al saltar irremediablemente los
lazos de sujeción social y política se produjo lo inevitable: el saqueo,
el pillaje, la destrucción de personas y propiedades. Nada mejor que
el testimonio de un terrateniente para revelar el significado de estos
acontecimientos:
Todo Chiclayo ha sido vergonzoso no por los chilenos sino
¡pásmense!, por los robos de los mismos hijos de Chiclayo, la
plebe más imbécil y degradada. No sólo formaban cola tras de los
chilenos cuando incendiaban y sacaban muebles y artículos del
país como arroz, maíz, y luego los del pueblo chiclayano barrían y
recogían con todo, sino que se han ocupado en denunciar, ellos
mismos! al Sr. Lynch y a los jefes, quiénes eran los hijos del país
que tenían fortuna en G, todos los trapos sucios de la casa los
mostraron7.
A un oligarca limeño o a un altivo terrateniente serrano no le fue
muy difícil decidirse entre Chile o el despojo de sus propiedades por
turbas exaltadas que no sólo habían sido secularmente sus
explotados, sino que para colmo, ¡eran negros, chinos a indios! Es
este profundo miedo social el que explica la ansiedad del alcalde de
Lima por la pronta ocupación de la ciudad por el ejército chileno
(Favre, 1975, págs. 58-59), así como el deseo de la clase propietaria
de que continuase la ocupación. Spencer St. John, el alerta ministro
inglés, dirá por esto:
En efecto, el miedo al regreso de Piérola y su gobierno, apoyado
por las clases bajas, las que sólo la otra noche cometieron tales
excesos, hace desear a aquellos que posean propiedades que los
chilenos prolonguen la ocupación del país hasta que vuelva la
tranquilidad8.
Del mismo modo, García Calderón, quien organizara en
Magdalena el gobierno que sucede a Piérola, luego de acusarlo de
sembrar "la anarquía en las clases sociales" (Favre, 1975, pág. 60),
expresará en su "Proclama" al pueblo el 28 de febrero de 1881:



Con la guerra han sufrido aquellos que tenían fortuna, mucho más
que aquellos que no vivían sino de su trabajo. Las devastaciones
causadas por el enemigo han generado la pérdida de centenas de
haciendas y casas que representaban millones de soles. Si estas
haciendas no se cultivan, si estas casas no se reconstruyen, el
honesto trabajador que vive de sus brazos, no encontrará a nadie
para darle su subsistencia. Los males que sufre nuestra patria
desde hace dos años, no terminarán sino con el trabajo y no
habrá trabajo tanto que no habrá paz. ¿Acaso aquellos que se
llaman ricos, si existen todavía, son responsables mientras son
saqueadas sus haciendas y sus casas? Ciertamente no. La causa
de nuestros males es la guerra, guerra que por desgracia nuestra
no podemos continuar (Favre, 1975, pág. 59).
En esta misma "Proclama" García Calderón pasará más adelante
de la justificación ale la paz a una clara advertencia a los
"trabajadores honestos":
Ustedes serán víctimas del desempleo si los hombres a quienes
llaman ricos pierden su fortuna; estos hombres tienen los mismos
intereses que ustedes, y sin ellos ustedes sufrirán. Sólo aprovecharán
el desorden los individuos perversos que siembran el
grano funesto de la discordia (Favre, ibíd.).
Fácil es imaginarse, dentro de este contexto, el profundo alivio
que significó para la clase dirigente peruana la enérgica demanda de
paz lanzada desde "Montán" por el coronel Miguel Iglesias. Un alivio
traducido en el apoyo militar a Iglesias, en el desconocimiento a las
autoridades nombradas por Cáceres, la heroica figura de la
resistencia, y en el subsidio al ejército chileno de ocupación. Nada
quedaba ya ni de sus ensueños nacionales ni de su promesa de 1821.
La decidida adhesión al ejército del general chileno Martiniano Urriola,
en el mismo momento en que combatía contra éste el pueblo de
Huanta al mando de Miguel Uzón, probablemente constituya el más
trágico epitafio de la historia política de 1a clase dirigente peruana
(Basadre, 1962-64, t. VI, pág. 2.637-38).
Pero el urgente reclamo de paz, la renuncia a la resistencia, el
miedo y desprecio a las clases populares fueron los rasgos del
comportamiento no sólo de la clase dirigente limeña, sino también de
las diferentes oligarquías regionales. En la costa norte, por ejemplo,
Antero Aspíllaga escribe en una carta lo siguiente:
Ahí tienen los intransigentes con la paz el resultado de su inicua y
antipatriótica propaganda. Es inicua porque la pregonan sin



desearla ni poderla hacer y antipatriótica, porque cavan más el
abismo en el cual nos hundimos todos los peruanos desde los
memorables desastres de San Juan y Miraflores.
Por supuesto los que nada tienen no pierden nada. Y por
desgracia de estos hombres inconscientes se componen los
grupos que gritan la guerra imposible, siguiendo a Piérola y a sus
partidarios.
Será difícil encontrar un país que haya tenido suerte más negra
que nuestra desgraciada patria, y en ningún país habrán
contribuido más sus propios hijos a escarnecerla y destrozarla
como en el Perú.
En fin, si la política interior cambia y todos se desengañan que
sólo en el Gobierno Provisorio está nuestra salvación, este
malestar cambiará y cesará la recia tempestad que nos destroza9.
Un recuento periodístico de la expedición del ejército chileno
sobre esta región, por otra parte, permite conocer algunos de los
rasgos del comportamiento político de esta oligarquía regional:
Durante el día (24 de setiembre de 1880), el prefecto recibió una
nota del jefe de la expedición, señor Lynch, en la que se exigía la
entrega pacífica de la plaza, imponiéndole a la vez un cupo de no
sé cuántos miles de soles de plata. La respuesta del prefecto nos
es desconocida, pero se nos asegura que ella estaba concebida en
términos convenientes y patrióticos y que comprometían de
manera seria su patriotismo. Sin embargo a pesar de esto, dicho
funcionario determinó abandonar la estación de Monsefú y a la 10
p.m. se dirigió con toda su gente a Chiclayo, de cuyo lugar salió
en tren especial a la hacienda de Patapo para dirigirse de allí a
Chongoyape. Esta población se quedó, pues, completamente sola,
abandonada de la, autoridades y resguardada únicamente por la
guardia urbana compuesta de extranjeros: pues hasta el alcalde
municipal y la mayoría de sus colegas habían abandonado la
ciudad10.
Esta misma actitud describe Lynch, el jefe de la expedición
chilena, en una carta a Adolfo Salmón, prefecto de La Libertad:
Tengo el placer de decirte que en mis incursiones tú eres el único
jefe que ha comprendido su deber. He visto con pena en todas
partes que lugares merecedores de mejor tratamiento están
9 Antero a Ramón Aspíllaga, Hacienda Cayaltí, 9¡5/1881: A. F. A., vol. 24.
gobernados por individuos cobardes que nada saben de las
modernas leyes de la guerra. Ningún prefecto ni gobernador se ha
quedado en su puesto, a pesar de mi pedido urgente de que lo
hicieran. Todos han huido a las montañas, atemorizando a la
gente que vive en los lugares por donde pasan, aprovechando la
situación para quitarles algo. En Paita pude detener al comandante
Pardo de Zela y lo dejé tranquilamente en su puesto (. . .).
No sé, mi amigo, qué me asombra más, si la riqueza increíble de
esta parte del Perú o la in narrable indolencia de sus habitantes.
Yo envidio para mi país la belleza y fertilidad de los valles
despreciados por tus compatriotas. Hay mucho que hacer en el
Perú para que la belleza que la naturaleza le ha concedido no se
pierda. Estoy sorprendido de la ignorancia de las clases bajas, que
parecen no saber sus deberes para con ellos y su nación. Trabaja
amigo mío por lo rico a infortunado país y haz uso de la penosa
misión que lo ha dado esta guerra, que estoy seguro que lo
nación se levantará de nuevo próspera y feliz 11.
Es cierto que el gobierno peruano amenazó con penas severas a
quienes aceptasen las demandas del ejército de ocupación, como
también destituyó y enjuició al prefecto de Lambayeque, José Manuel
Aguirre, y al de La Libertad, Adolfo Salmón. Pero, y ésta es la
cuestión capital, ¿podía efectivamente un casi inexistente "gobierno
nacional" doblegar la resistencia de una clase -consciente de sus
intereses y temerosa de perder las bases de su fortuna?
Finalmente, ¿cuál fue el costo material de estas curiosas alianzas
clientelísticas y de estas "desalianzas" nacionales? Debe recordarse
que los dos objetivos centrales perseguidos por el ejército chileno
eran, de una parte, la apropiación de los yacimientos de guano y de
salitre, y por otra, la destrucción de los recursos económicos más
significativos para evitar que el Perú pudiera continuar la guerra o
resistir la ocupación. Lo primero fue obtenido prácticamente al
comienzo mismo de la guerra, mientras que la expedición de Lynch al
norte peruano (el área de las importantes plantaciones algodoneras y
azucareras) obedecía precisamente a la necesidad de debilitar
económicamente al Perú, tanto a través del control directo de estas
unidades productivas, como de la imposición de onerosos "cupos" de
10 "El Nacional", Chiclayo, 24/10/1880. National Archives, Washington, Microfilm
Publications (en adelante N. A. W., M. P.), T 393, 3.
11 " Patricio Lynch a Adolfo Salmón, San Pedro, 14/10/1880: N. A. W., M. P., T 393,
3.
18
guerra. La clase terrateniente del norte, frente al avance de Lynch,
no sólo se limitó a buscar la protección del ejército chileno ante el
desbande y el ataque generalizado de sus esclavos chinos, sino que
recurrió a la transferencia real o ficticia de sus haciendas a ciudadanos
extranjeros, a fin de que, ahora como propiedad de neutrales,
estuviesen al abrigo de la destrucción y de las imposiciones de
guerra. Algunos ejemplos permiten ilustrar esta situación.
Cuando el ejército chileno ocupa la hacienda "Cayaltí" el 7 de
octubre de 1880 y amenaza arrasarla es Antero Aspíllaga, a nombre
de Prevost y Co quien formula una firme protesta, aduciendo el
carácter neutral de la propiedad. Sin embargo, como explica el mismo
Antero en una carta privada a su hermano Ramón:
La determinación de transferir en la forma de arrendamiento
Cayaltí y sus capitales a Prevost y Co., hacía de este fundo
propiedad americana, lo que nos ha salvado y nos salvará en cl
futuro de mayores perjuicios. Es lo mismo que hace meses
pedimos que se hiciera y que por los consejos del abogado se
demoró hasta vernos cerca de la última extremidad12.
Pareciera que transacciones similares ocurrieron con las haciendas
"Leche"13, "Chiclín"14 y "Galindo"15 en la Libertad; "Puente" y "Palo
Seco" en Chimbote; y "San José en Nepeña “16.
Evidentemente que esta cadena de transferencias contrariaba los
planes de Patricio Lynch. El mismo, o sus oficiales, tuvieron ahora
que dictaminar qué haciendas pertenecían efectivamente a los
extranjeros y cuáles habían sido objeto de transacciones muy
recientes o simplemente representaban cesiones ficticias. Esta tarea
de depuración documental, que sin duda alguna despertaría la envidia
de cualquier historiador contemporáneo, no estaba, sin embargo,
exenta de serias complicaciones. En efecto, gran parte de estas haciendas
pertenecían formalmente a peruanos, pero al mismo tiempo
estaban gravadas por importantes hipotecas como consecuencia de la
imprevisión y del derroche de sus propietarios (Garland; 1895). El
control de las operaciones, y sobre todo de los beneficios, era por
consiguiente ejercido por bancos y casas comerciales inglesas,
12 Antero a Ramón Aspíllaga, Hacienda Cayaltí, 10/10/1880: A. 1. A., Vol 24.
13 S. C. Montjoy a William Hunter, segundo asistente del secretario de Estado,
Lambayeque, 25/1/1881: N. A. W., M. P., T 393
14 Ibid
15 S. C. Montjoy a William Hunter, segundo asistente del secretario de Estado,
Lambayeque, 25/1/1881: N. A. W., M. P., T 393
16 Spencer st Jhon a Patricio Linch ,Lima 11/9/1880:N A W M P T 393.3
19
francesas o norteamericanas. En cualquier caso fue a través de este
mecanismo que empezó la desnacionalización de la propiedad agraria
en la costa norte y la fusión de muchas unidades agrícolas, proceso
que se intensifica y que culmina poco después del término de la
guerra con Chile.
Cambios similares en la propiedad de la tierra ocurrieron también
en la serranía andina. En la región de Huancavelica, por ejemplo, el
desarrollo agrario hasta 1883 estuvo caracterizado por una
permanente fragmentación de los grandes latifundios. Este proceso,
totalmente opuesto a lo que ocurría en la mayor parte de las áreas
rurales del Perú, fue consecuencia de las peculiares condiciones
económicas y sociales de Huancavelica durante la Colonia. Ahora
bien, la consolidación de la mediana propiedad fue detenida y su
proceso invertido, al plegarse estos pequeños hacendados al ejército
-chileno en busca de protección, también esta vez, frente a la
amenaza de las montoneras campesinas de Cáceres o del
levantamiento de sus siervos indios. Este hecho, al igual que en el
norte, abrió el camino a una drástica concentración de la tierra en los
años inmediatamente posteriores a la guerra con Chile (Favre, 1967,
págs. 240-42).
Conciencia étnica y conciencia de clase en el contexto de una
guerra nacional
Carey Brenton era un lugarteniente inglés adscrito a la jefatura de
campo del ejército peruano durante la defensa de Lima en enero de
1881. En un informe elevado a su comandante William Dyke, Carey
Brenton describe detalladamente la composición y las características
del ejército peruano encargado de la defensa de Lima, de su
armamento, su vestimenta, a la vez que deja constancia de su
admiración por el trabajo desplegado por las "rabonas", es decir, las
humildes mujeres que inseparablemente estuvieron al lado de los
soldados peruanos a lo largo de todas estas contiendas. Sobre la
composición de este ejército escribe lo siguiente:
La mayoría de los oficiales, sobre todo los superiores, son
descendientes de los viejos colonizadores españoles, y tienen, por
ello, poco en común con sus hombres. El espíritu de cuerpo es
desconocido, y si bien el soldado peruano grita invariablemente
¡Viva el Perú! antes de cada ataque o huyendo de su enemigo,
20
éste no conoce su significado, simplemente repite lo que se le
ordena. Muchos de ellos eran totalmente ignorantes de la causa
por la cual peleaban, imaginando que se trataba de una
revolución cuyas partes contrincantes eran lideradas
respectivamente por el general Chili y por Piérola. También fui
informado por un oficial de que muchos soldados habían dicho
que: "ellos no se dejarían matar por la causa de los hombres
blancos"17.
Los acontecimientos ocurridos durante la sombría noche del 16 de
enero, luego de la derrota de Miraflores y en la víspera del ingreso de
las tropas chilenas a Lima, fueron igualmente detallados por el
ministro inglés Spencer St. John. En una parte de su extenso informe
escribió:
. . sin embargo tan pronto como oscureció se oyeron disparos en
todas direcciones de la ciudad, hubo incendios, uno muy grande
en la plaza del mercado y en las calles circundantes. La masa
cobarde estaba atacando y asesinando a los tenderos chinos,
quienes no estando preparados para este ataque fueron
aniquilados con suma facilidad; se supone que murieron de 70 a
80. La masa estuvo liderada por oficiales peruanos en uniforme, a
quienes los chinos conocían. Fue una noche de ansiedad, en vista
de que nadie sabía cuántos quedaban en Lima del ejército vencido
de 30.000 hombres; el fuego fue por momentos muy seguido. La
escena en la legación inglesa era triste. Por lo menos 700 mujeres
y niños de las mejores familias limeñas llenaban todos los
cuartos; todos ellos no sólo temiendo la noticia de la muerte de
algún pariente en las batallas recientes, sino también de que en
cualquier momento la plebe nos atacaría. Fue una noche de
cansancio .para todos, aunque la presencia del Admiral y sus
adjuntos con cinco "casacas azules", permitía cierta tranquilidad18.
Los acontecimientos relatados por los observadores ingleses
representan una buena introducción a un problema cuya discusión
constituye la segunda parte de este documento. Este problema es el
de la fractura y el conflicto étnico al interior de una guerra nacional.
En la primera parte se vio cómo la destrucción del Estado oligárquico,
como consecuencia de la invasión chilena y de la ocupación, provocó
17 Report of Proceedings of Lieut. Carey-Brenton whilst attached to the
Head-quarters Staff of the Peruvian Army, engaged in the defence of Lima against
the Chilians": P. R. O., F. O. 61/337, fol. 156.
18 Spencer St. John a Granville, Lima, 22/1/1881: P. R. O., F. O. 61/333.
21
el enfrentamiento directo entre, de una parte, la clase dirigente
contra el conjunto de las clases subordinadas, y, por otra, entre las
diferentes fracciones de esta clase entre, también, las diferentes
clientelas políticas lideradas por los múltiples caciques y caudillos
locales.
Pero el conflicto armado contra Chile generó también, como se
mostrará en las páginas siguientes, otro tipo de enfrentamiento y
que, en cierto modo, atravesaba las líneas de clase para oponer,
entre sí, al conjunto de los estamentos que integraban la sociedad
peruana.
Bien conocido es el hecho de que el Perú es un país étnicamente
heterogéneo. Aquí reside justamente uno de los legados
contemporáneos de la colonización hispánica. La división-oposición
entre blancos, indios y negros fue una consecuencia y una de las
condiciones del mantenimiento de la dominación colonial. Esta
fractura no sólo que no fue resuelta cuando se establece el Estado
nacional, sino que la oligarquía civilista, básicamente limeña y blanca,
tuvo la prudencia y el suficiente tino de ni siquiera plantear su discusión.
La cruel derrota que sufrieron las masas indias con el
aplastamiento de la rebelión de Túpac Amaru, su debilidad y su
dispersión posterior, facilitaron seguramente su control social y
político por parte de los poderosos caciques locales. En el caso de los
negros, por otra parte, su debilidad numérica, el escape a su
condición opresiva que le brindaba el "cimarronaje", asociado a una
dispersión semejante a la de los indios, eran condiciones que
igualmente restaban toda peligrosidad a la presencia del grupo negro
frente a la dominación de los blancos. Este mosaico racial se complica
aún más cuando la oligarquía criolla se ve obligada a importar
masivamente cerca de 92.130 chinos entre 1849 y 1874, como
respuesta a la crisis interna de la mano de obra y a la movilización de
la economía peruana producida por la explotación del guano, de los
ferrocarriles, del algodón y de la caña de azúcar (Derpich, 1976,
págs. 158-62). Pero también aquí la dispersión del grupo chino en
estas diferentes unidades productivas atenuaba grandemente la
peligrosidad de sus revueltas en contra de la explotación de que eran
víctimas. Estas rebeliones no fueron nunca más allá de un estricto
marco local (Stewart, 1951). Con la destrucción del Estado
oligárquico, la dispersión del ejército y la desorganización de la
sociedad peruana, el encuadramiento de esta sociedad entre 1879 y
1884 presentaba ahora características totalmente diferentes a las que
22
ofrecía en las décadas anteriores. Examinemos el impacto de esta
desorganización en el desencadenamiento y en el carácter de la
movilización de estos diferentes segmentos étnicos.
Desde el arribo del ejército de Lynch a las plantaciones del norte
los chinos se plegaron rápidamente a sus filas, participando
activamente en el saqueo de las propiedades de sus antiguos amos y
revelando los lugares donde habían sido ocultadas las maquinarias e
instrumentos de la hacienda. Este comportamiento, obviamente, no
traduce ni lealtad ni adhesión a Chile o su ejército. Tampoco puede
hablarse de un "patriotismo chileno" de los chinos ni de una "traición"
hacia el Perú. Sería exagerado suponer que un "coolie" chino de la
época era capaz de distinguir un chileno de un peruano. Los chinos,
simplemente, fueron sometidos a una atroz explotación por parte de
los terratenientes nacionales, y la inserción de ellos dentro de las filas
del ejército chileno fue la manera más lógica de traducir y expresar el
contenido odio social contra sus antiguos explotadores. ¿Fenómeno
único? De ninguna manera. Después de todo, el audaz Pizarro pudo
derribar con un puñado de hombres el impresionante Imperio de los
Incas porque supo aprovechar y captar la adhesión y la complicidad
de las etnias mal sometidas por el Estado inca. El problema para los
chinos, por los menos, fue que su adhesión al ejército chileno no
modificó en nada su situación material y social. Parte de ellos fueron
remitidos por Lynch para trabajar en las salitreras y depósitos de
guano en el sur19. Otros dos mil chinos, por órdenes del ministro de
Guerra Vergara y pese a la oposición de Lynch y otros oficiales
chilenos, fueron incorporados al ejército chileno y encargados del
entierro de los muertos y cuidado de los heridos. (Favre, 1975, pág.
68). Durante la ocupación de Lima, finalmente, el ministro inglés
Spencer St. John comprobó que:
. . . el día 31 de marzo ellos estuvieron expuestos al mismo mal
trato por parte de los chilenos. Con el pretexto de que unos
ladrones habían ido a refugiarse al teatro chino, los soldados
chilenos abrieron violentamente las puertas del teatro y
empezaron a maltratar y a apresar a 20los presentes. Algunos
chinos, se dice, comenzaron a disparar contra ellos, hiriendo a
dos. Ante esto los oficiales chilenos enviaron por refuerzos,
19 Montjoy a Hunter, Lambayeque, 3/11/1880: N. A. W., M. P., T 393, 2.
20 Spencer St. John a Granville, Lima, 3/5/1881:, P. R. O., F. O. 61/333.
23
capturando a 500 hombres y saqueando a todas las casas y
tiendas de los chinos en ese vecindario.
Cuando Lynch llega a Guadalupe, en la provincia de Pacasmayo,
se plegaron a su ejército entre 600 y 800 chinos, quienes se
dedicaron al saqueo de haciendas y casas particulares21. Este saqueo
continuó también en Casagrande, en el valle de Chicama. En la
hacienda "Patapo", en la provincia de Chiclayo, los peones chinos
abandonados por sus amos, denunciaron a Lynch el escondite de las
locomotoras del ferrocarril local22. Después de observar el desbande
de los chinos de las haciendas de la región y juzgar que "todo esto es
pues de sacar del quicio al más tranquilo", Antero Aspfflaga explica el
porqué de la relativa tranquilidad de los chinos de "Cayaltí":
Cuando llegaron los enemigos a Ucupe, llamamos a todos los chinos
de esta hacienda, les hicimos presente el peligro y las amenazas
que teníamos, pero que confiábamos en su lealtad y en el aprecio
que hacían de nosotros. Con satisfacción les diremos que su
respuesta nos llena de orgullo y de agradecimiento; todos dijeron
que ninguno se separaría, que estaban contentos, que el patrón
era bueno, mejor que en todas las haciendas y que no tuviéramos
cuidado. Su conducta, en efecto, ha sido y es satisfactoria y
debemos premiarla para que sea estímulo y confianza en el
porvenir. Desde este pago les aumentamos cincuenta centavos a
su quincena. En efecto, ¿qué son diez chinos prófugos entre 354
que tenemos bajo contrata?23.
Cuando Lynch descendió al sur, en diciembre de 1880, se
plegaron a su ejército cerca de 1.000 peones chinos en el valle de
Cañete (Basadre, 1962-64, t. VI, pág. 2.506). En el sur como en el
norte la adhesión de los chinos al "Príncipe Rojo" (el sobrenombre de
Patricio Lynch) y su ejército traducía la revancha que ahora tomaban
contra sus amos:
Los libró el Príncipe Rojo a los chinos de Cerro Azul /los libró el
Príncipe Rojo, se acabó la esclavitud,/y marcharon legiones tras el
gran Patricio Lynch/dejando las plantaciones los siguieron hasta el
fin.
A coltal cabeza, diablo, gritaba Liotang Sinchin /a come¡ los
liñones con palillos de malfil.
21 Ibíd.
22 "EL Nacional", 24/10/1880: N. A. W., M. P., T 393,2.
24
Se cubrieron con mascarones y avanzaron pa' Lurín/con banderas
de dragones siguiendo a Liotang Sinchin/y corriendo por las calles
entraron a la ciudad/mucho antes que lo hicieran las tropas del
general.
Con furor vengaron los chinos a los chinos de Cerro
Azul/rompiendo así sus cadenas se acabó la esclavitud./ Ellos
fueron la avanzada para el gran Patricio Lynch/y murieron cual
valientes siguiendo a Liotang Sinchin.24
La evasión y el enrolamiento de los chinos agravaba aún más la
ya deteriorada situación de muchos de los latifundistas norteños. Es
significativo comprobar, a este respecto, la preocupación de la clase
dirigente y de muchos terratenientes por su situación material en
medio de la profunda crisis que afectaba al país. No es otro el
sentimiento que expresaba el prefecto de La Libertad, Adolfo Salmón,
en una carta dirigida al cónsul norteamericano Montjoy:
. . ya que los pueblos del norte han abdicado de su soberanía y su
dignidad saliendo al encuentro del invasor con la bolsa de rescate
en lugar de recibirlos a balazos, aquí reivindicaremos a todo el
norte, y no tema Ud. que arruinen Chicama, porque sin un quintal
de azúcar, la chinada remitida bajo custodia al interior, las
máquinas desarmadas y sus principales piezas en lugar seguro,
apenas podrían quemar los cascos en el caso de que los dejara
tranquilos días y noches la gente que bajo mis órdenes tengo
resuelta a defender su hogar. En vez de esa tarea tendrán la más
urgente de defenderse como puedan. Lo que sí me duele es que
se lleven los chinos después de causar un gran desorden y cuando
de nada pueden servirles, haciéndonos a nosotros tanta falta. Si
usted pudiera, de un modo reservado, conseguir de Lynch que los
vendiera de nuevo a los hacendados, yo se los pudiera comprar a
peso de oro. Trabaje usted en ese sentido que Canto me interesa.
. . 25
En los desórdenes que acompañan la ocupación de Lima en enero
de 1881, por otra parte, empiezan a surgir los signos inequívocos de
la eclosión de un nuevo tipo de conflicto étnico. Esta vez no se trata
del levantamiento del oprimido grupo chino contra el opresor grupo
23 Antero a Ramón Aspíllaga, Hacienda Cayaltí, 10/1011880: A. F. A., vol. 24.
24 " Los chinos de Cerro Azul", canción popular chilena, letra de Jorge Inostroza.
25 Adolfo Salmón a Santiago Montjoy, Malabrigo, 15/10/1880: N. A. W., M. P„ T
393, 3.
25
blanco; son indios y mestizos del ejército peruano que en medio del
desbande y de la confusión de la guerra procedieron al saqueo de las
tiendas y a la matanza de sus propietarios chinos en Lima. Estas
destrucciones, evaluadas en 364.777 libras esterlinas por el Comité
de Comerciantes Chinos26, se produjeron también en Cañete, obligando
a la colonia asiática de Pisco a pedir la protección diplomática de
Inglaterra27.
Este dramático cuadro de descomposición y de conflicto étnico en
el seno de las masas populares alcanza una mayor intensidad en
diciembre de 1879 y en febrero de 1881. En 1879 los negros de
Chincha inician una rebelión contra los terratenientes blancos de la
región (Cuche, 1975, pág. 159), mientras que en 1881 los negros de
Cañete aprovecharon la desorganización para asaltar propiedades,
matar propietarios blancos y peones chinos, pese a que este último
grupo compartía con los negros la misma situación objetiva de
dominación. Spencer St. John calcula entre 700 y 1.500 el número de
chinos asesinados por los negros durante esta revuelta.28 En esta
guerra racial, a manera de compensación, seguramente se
proyectaron hacia los otros grupos dominados las frustraciones y las
humillaciones a que secularmente había sido sometida la población
negra esclava. La segmentación y opresión colonial no sólo que
impedía la articulación de los intereses del conjunto de la población
oprimida, sino que también ahora, como antes y como después,
ocultaba al enemigo, desplazaba el conflicto y permitía la
autodestrucción de las masas populares. Se requieren todavía los
estudios necesarios sobre la estructura de las relaciones interétnicas
en la sociedad peruana para explicar las razones profundas de este
modelo de protesta. Incluso, el recurso a la psicología social para
descifrar el significado del ritual de las matanzas. Por su valor como
descripción dé este problema, se reproducen aquí fragmentos del
testimonio de Juan de Arona sobre el levantamiento negro en el valle
de Cañete:
La acción más heroica y original de nuestra colonia china en esos
aciagos días, y que se quedaría en cl olvido si no la sacáramos
ahora a la luz, fue el sitio improvisado que resistió por tres meses
26 Jim Yutings, P. A. Ponky, F. Git Sang y L. Quen Tong a Spencer St. John, Lima,
1/8/1881 P. R. O.; F. O. 61/334.
27 La Colonia Asiática al Excmo. Sr. Enviado Extraordinario y Ministro
Plenipotenciario de su Majestad Británica, Pisco, 7/311881: P. R. O., F. O. 177/168.
28 Spencer St. John a Granville, Lima, 3/5/1881: P. R. O., F. O. 61/333.
26
contra las fuerzas sublevadas del valle de Cañete. Los negros y
cholos de ese lugar llevaban 30 años de odio gratuito por esos
infelices inmigrados; y aprovechando de la acefalía en que
quedaron los pueblos con la ocupación de Lima por los chilenos
efectuada el mes anterior se levantaron en febrero de 1881 a
matar chinos. El fútil pretexto inmediato fue una reyerta habida
entre un chino y una negra, por haberla mojado ésta a aquél en el
juego de carnaval. El carnaval fue de sangre, y el Miércoles de
Ceniza, de cenizas sin cuento, porque 1os negros y cholos al mismo
tiempo que mataban chinos, incendiaban los cañaverales de
las haciendas escuetas, en las que ellos habían seguido viviendo
manumisos y parásitos desde 1855. La primera operación quedó
terminada poco menos que en un día; la segunda fue larga:
acabar con los vastos cañaverales de ocho haciendas, muchos de
los cuales seguían creciendo después de quemados, agotar por un
robo lento y cotidiano sus inmensas existencias de azúcar, ron,
ganados, elementos, destruir la obra de una civilización secular, y
por manos de torpes hasta la devastación, no era tan hacedero (.
. . ).
La turba de negros y cholos armados, montados y sin pueblo que
los contrarrestara, porque ellos solos habían sido siempre en
realidad toda la población del valle, se precipitaron sobre las
haciendas una por una. Los asiáticos sorprendidos, indefensos,
ignorantes de su culpabilidad, eran muertos a palos, a
machetazos, a pedradas, a cuchillo, de mil maneras. Algunos
dependientes subalternos, únicos que por entonces tenían a su
cargo los abandonados fundos, al ver negar las hordas, creyeron
cargarse de razón, encerraban a los perseguidos en sus grandes
galpones; los asaltantes quemaban o echaban abajo las puertas y
ejecutaban a discreción a los inocentes.
A los que buscaban su salud introduciéndose en los albañales más
o menos largos, los esperaban en los registros de entrada y salida
y conforme iban apareciendo les daban muerte. Otros infelices
creyendo todavía en el tradicional sagrado, se asilaban en la
Escuela Casagrande, en la que ya no se velaba la sobra de los
ausentes años; allí también eran ultimados por los forajidos, ávidos
de venganza y de rapiña, pues de paso se llevaban de
encuentro muebles, vidrios, puertas, papeles, destruyendo todo y
haciendo con los fragmentos autos de fe en hogueras que 27
dían en el centro mismo de las habitaciones de sus antiguos y al
parecer queridos amos.
Los cadáveres de los chinos eran arrojados fuera, al medio del
patio señorial en donde antes que de pasto a las aves, servían de
profanación báquica y canibalesca a las mujeres y a los
muchachos. Las mismas negras que habían compartido el
contubernio regalado de las víctimas, escarnecían sus cuerpos
mutilándolos y poniéndolos por irrisión en la boca entreabierta,
figurando un cigarro, los miembros sangrientos y palpitantes que
les amputaban. " ¡Déjame ése para mí! gritaban las negras,
disputándose las víctimas, ebrias de sangre como las mujeres que
descuartizaron a Penteo ..." (Arona, 1971, págs. 99-102).
Al interior de este proceso de descomposición y conflicto se puede
observar que las solidaridades étnicas se quiebran a su vez por la
aparición de nuevos conflictos alimentados por oposiciones
económicas y sociales en su interior. En suma, un entrecruzamiento
múltiple en que las relaciones y oposiciones étnicas y de clase
aparecen apoyándose mutuamente. Esta reversión que ocurre en el
seno de los estamentos étnicos no es en realidad nada inusitada,
pues desde largo tiempo atrás estos diferentes grupos eran
internamente diferenciados. Su solidaridad, pese a estas brechas
internas, era una función de la explotación que los blancos ejercían
sobre el conjunto de los grupos étnicos. El ejemplo siguiente muestra
con bastante precisión estas oscilaciones sociales en la naturaleza del
conflicto.
Un chino llamado Cheng Isao Ju escribió al encargado de negocios
británico William Barrington, pidiéndole averiguara si el gobernador
de Cantón estaría dispuesto a asegurar la custodia en Hong Kong y la
remisión posterior a Cantón de diez secuestradores chinos, quienes
en condición de prisioneros serían embarcados desde El Callao por la
Legación china. En 1881 y 1882, escribe Cheng Isao Ju, estos chinos
se habían dedicado al secuestro de sus propios compatriotas
recurriendo a varias argucias para luego venderlos a los propietarios
de diferentes haciendas peruanas. Esta venta de chinos oscilaba entre
3.000 y 4.000. En 1883 y 1884, según el mismo Cheng, ellos
cambiaron sus tácticas y se dedicaron a prestar dinero a los chinos
para que se dedicaran al juego. Al no poder cancelar sus deudas,
cerca de 2.000 chinos se vieron obligados a venderse a sí mismos29.
29 Cheng Isao Ju a William Barrington, Lima, 13/10/1884: P. R. O., F. O. 1771183.
28
A la movilización independiente de chinos y negros se añadió
pronto el levantamiento de la población andina. Esta nueva fractura
de la sociedad peruana tuvo evidentemente un alcance más vasto,
por el solo hecho de que la población india era numéricamente más
importante que la de los otros grupos étnicos. De aquí también la
preocupación de la clase dirigente por captar su adhesión,
sentimiento simbolizado por la autoproclamación de Piérola como
"Protector de la raza indígena" el 22 de mayo de 1880. Durante la
Independencia, la población indígena había sido marginada en la
construcción de la nación peruana; en 1879, ella era convocada a
defender la patria en peligro. Luego de seis décadas, ¿era posible
esperar que los indios pasaran de la exclusión al compromiso?
Entre 1879 y 1585, al igual que en 1821, la presencia india es
innegable. Después de todo es imposible imaginar la constitución del
ejército peruano sin el enrolamiento forzado de la población nativa. El
sentido y los intereses que esta participación traduce son, sin
embargo, problemas que requieren una indagación más cuidadosa. La
caída de Lima y la destrucción del Estado oligárquico generaron en
toda la región andina diversos levantamientos de indios y cuyo
desarrollo fue paralelo a las acciones militares desarrolladas por
Cáceres y sus célebres "montoneras". Se ha mencionado ya que
Cáceres asumió en las serranías andinas una heroica y admirable
resistencia contra la ocupación chilena, en momentos que la
oligarquía civilista debatía las condiciones de paz. En realidad, las
"montoneras" caceristas constituyeron el encuadramiento militar
relativamente ordenado de la población andina en contra de la
ocupación chilena. Pero las acciones de los indios expresadas en
movilizaciones independientes, o a través de las "montoneras" de Cáceres;
obedecen no sólo a los objetivos señalados por éste, sino que
traducen también, o simultáneamente, reivindicaciones sociales y
políticas mucho más concretas y que estaban referidas a su propia
condición.
Al igual que los chinos y los negros, los indios de las serranías
andinas constituían el segmento más explotado de la sociedad rural.
Como comuneros, como siervos o como jornaleros agrícolas ellos
generaron el excedente económico o brindaron la fuerza de trabajo
necesarios al sostenimiento y a la reproducción del sistema de
dominación regional. La profunda segmentación de esta población en
29
diferentes unidades productivas había facilitado hasta aquel momento
su control por la clase dirigente. Pero ahora la guerra no sólo dislocó
estos lazos de poder y de control, sino que estimuló la movilización
de los indios. En efecto, la expoliación en contra de la población
campesina en cada una de las correrías del ejército chileno, el
arrasamiento de sus pueblos, los cupos de guerra impuestos, la destrucción
de sembradíos, la confiscación de ganados y bienes
agravaron indudablemente la condición económica de esta población.
Estos hechos actuaron como fulminantes adicionales para
desencadenar y sostener su rebelión. Pero había más. La defensa del
país iniciada por Cáceres militarizó a los campesinos. Y estas armas
no sólo estuvieron dirigidas contra los chilenos sino que naturalmente
se volvieron también contra sus más antiguos y más directos
opresores.
En agosto de 1882 el cónsul inglés Graham informaba sobre el
movimiento de las "montoneras" en los alrededores de Lima y el
apoyo que recibían en sus acciones por parte de los indios. Estos
últimos:
... han sido llevados a la desesperación por ultrajes cometidos
contra ellos por los invasores. Ahora se están muriendo de
hambre, ya que todo el interior está devastado, haciendo imposible
la siembra en este año, los granos, el ganado, el forraje y los
animales, han sido tomados por una y otra parte.30
En noviembre de 1883 Alfred St. John se refería igualmente a que
"los indios en el departamento de Ayacucho se levantaron contra los
blancos y están cometiendo atrocidades",31 y que;
La agitación entre los indios es atribuible al estado de anarquía
que ha prevalecido en los departamentos del interior durante los
últimos tres años. Los cupos obligatorios exigidos por la expedición
chilena también fueron una causa para el levantamiento en
estos distritos.
No hay duda de que esta pobre gente ha sufrido muchísimo a lo
largo de la guerra entre Chile y el Perú.
Obviamente aquellos acusan a las clases superiores del país de
ser causantes de su infortunio, y tal vez sus quejas están bien
fundadas en vista de que en ninguno de los gobiernos anteriores
30 M. E. Grabam a Granvfle, Lima, 4¡8¡1882: P. R. O., F. O. 61/340.
31 Alfred St. John a Granville, Lima, 13/11/1883: P. R. O., F.O. 61/348.
30
hizo esfuerzo serio alguno para mejorar la condición de las razas
indígenas 32.
Pero es al interior de la denominada "Campaña de la Breña",
admirablemente liderada por Andrés A. Cáceres, en la que se pueden
encontrar los indicios precisos sobre la naturaleza del
comportamiento del campesinado andino durante la guerra con Chile.
Apoyándome en un breve pero notable estudio del profesor Henri
Favre sobre el conflicto de clases en el Perú durante este período,
quisiera precisar el sentido de esta rebelión.
Andrés A. Cáceres probablemente nunca quiso que el movimiento
de resistencia que lideraba en contra de los chilenos desembocara en
una lucha social de naturaleza distinta. Su objetivo, al dirigirse a la
sierra andina, era solamente diluir las fuerzas chilenas y obligarlas a
combatir en un terreno mucho más propicio para sus "montoneras"
(Favre,1975, pág. 60).
Las guerrillas que se organizaron en el espacio formado por
Huancavelica, Huanta y Huancayo, fueron básicamente campesina y
sus centros de encuadramiento fueron los pueblos de esta región.
Etnicamente eran pueblos integrados por indios y por misti, es decir,
la población no india. Esta última no era homogénea, pero en todo
caso una gran distancia la separaba de los terratenientes de la
región. Arrojada en el seno de estos pueblos por las oscilaciones
desfavorables de la conyuntura económica y política, la subsistencia
del grupo misti dependía de la explotación de la población india o del
ejercicio del comercio regional. Fue de este grupo de donde
emergieron los jefes de la resistencia local, quienes por el control
económico y político que ejercían sobre los indios pudieron
rápidamente constituir las célebres "montoneras" que apoyaron a
Cáceres. Su acción les permitía, a la vez, reforzar su autoridad sobre
los indios y mejorar sus posición frente a la capa de terratenientes de
la región (ibíd., pág. 69).
Las guerrillas que ellos armaron actuaron muchas veces con gran
independencia de las decisiones del propio Cáceres y, al mismo
tiempo que combatían contra el ejército chileno, no vacilaron en
tomar tierras, cosechas y ganado de los propietarios locales a fin de
sostener la resistencia. En Colca, un pueblo en la alturas de
Huancayo, la guerrilla local organizada por Tomás Bastidas, José
Guerra y Manuel Echavaudis, tres poderosos misti del pueblo,
32 Alfred St. John a Granville, Lima, 3/12íI883: P. R. O., F. O. 61/348.
31
procedió inmediatamente a la ocupación de la hacienda vecina
"Tucle" (ibíd., pág. 69). Las fronteras de esta hacienda se habían
extendido justamente a través de la anexión de la tierra del pueblo
de Colca.
En 1882, nuevamente, la guerrilla toma las haciendas contiguas a
La Virgen, Antapongo a Ingahuasi, liquidando de esta manera todo el
sistema de latifundio de la región. Pero, observa Favre, la iniciativa
de esta acción no correspondió más a los misti sino a las tropas
indias, quienes tienden así a emanciparse del control de los primeros.
Frente a Bastidas, Guerra y Echavaudis, en efecto, emergen tres
líderes indios, Laymes, Vllchez y Santisteban, quienes juntamente
con los otros guerrilleros indios, proceden al ataque y a la captura de
las propiedades de los blancos y de los propios misti (ibíd., pág. 62).
Al año siguiente, 1883, las guerrillas indias alcanzan el dominio no
sólo de Colca, sino del conjunto de la región central del Perú con la
caída de Acostambo, el punto estratégico del área (ibíd., pág.: 63).
Huando, otro de los pueblos importantes, es totalmente vaciado de su
población blanca (ibíd., pág. 63). Favre cita el testimonio escrito por
un jefe chileno en noviembre de 1883 y cuya lectura muestra con
elocuencia el significado profundo de la movilización de los indios:
Todos los indios de Huanca y Huancayo están sublevados. Los
pocos con quienes pudimos entrar en contacto declararon que su
objetivo no era combatir a los chilenos, ni a los partidarios peruanos
de la paz, sino toda la raza blanca (ibíd., pág. 63).
El resultado de este levantamiento indio contra blancos y misti fue
que toda la población no india, frente a la amenaza de sus vidas y de
sus bienes, se inclinara por la colaboración con los chilenos, cuyo
ejército representaba su única posibilidad de salvación (ibíd., pág.
64).
La guerra de razas que describe Favre se prolonga hasta
mediados de 1884 sin que Cáceres, quien seguramente conocía su
desarrollo y sus características, hiciera nada por reorientar la
movilización de las guerrillas detrás de los objetivos inicialmente
fijados. En febrero de 1884 incluso acusa al misti Tomás Bastidas de
fomentar la discordia entre los patriotas, cuando éste buscaba
desesperadamente retomar Colca y desarmar a los perseguidores de
Laymes (ibíd.,-pág: 64). Las razones de la actitud de Cáceres frente a
los indios, en esta coyuntura específica de la guerra, queda abierta a
la explicación histórica.
32
Con el eclipse de la guerra, la resistencia contra Chile perdió
obviamente su sentido, pero ello no significaba la contención del
movimiento campesino. Más bien lo impulsó en algunas regiones.
Cáceres, por su parte, aspira al control político del Estado y
rápidamente logra el apoyo de la clase dirigente, cuyos miembros ven
en él al militar con el suficiente prestigio y poder como para
restablecer el orden. Aquí el problema es cómo se frenó la acción de
las "montoneras" directamente lideradas por Cáceres. En el caso de
Colca, Favre indica que la resistencia de las "montoneras" termina
con la captura de sus líderes. En junio de 1884, Laymes, V17chez y
Santisteban fueron convocados a Huancayo para recibir de manos de
Cáceres la recompensa por su comportamiento durante la resistencia.
Pero a su regreso de la ciudad fueron capturados por una unidad del
ejército regular, juzgados sumariamente por una corte marcial y
fusilados en la Plaza de la Catedral (ib íd., págs. 64-65). Cáceres, en
una carta citada por Favre, justifica el hecho diciendo:
Estos individuos, olvidadizos de la noble misión que debían
cumplir, lejos de garantizar la vida y los bienes de la población,
cometieron horribles asesinatos, incendiaron y saquearon pueblos
enteros, ejerciendo terribles venganzas personales... la misma
monstruosidad de sus crímenes que se denunciaba, me hacía
dudar de su realidad y me obligaba a reunir todas las pruebas de
acusación (ibíd., pág. 65).
El viraje de Cáceres contra sus antiguos seguidores era apenas el
preludio de cambios más sorprendentes en la actitud de este militar.
Como si el Perú de estos tiempos no estuviera dispuesto a perdonar
gestos como el suyo y como si fuera necesario cobrarle la revancha
por su indomable resistencia, por una de esas crueles ironías de la
que sólo la historia conserva el secreto, el mismo Cáceres se vio, en
efecto, obligado poco más tarde a pactar con la clase dirigente, es
decir, con aquella que había sido también el blanco de sus ataques
durante la guerra con Chile. Y por si esto fuera poco, él, quien había
sido precisamente el terco defensor de la integridad del territorio,
tuvo que firmar el célebre contrato Grace que, consolidaba la
colonización económica del Perú, luego de tres Asambleas legislativas
y de haber expulsado del Parlamento a todos sus oponentes.
La desmovilización de la población campesina en otras áreas del
interior peruano no fue, sin embargo, tan fácil como había sido en
esta región. La proclamación de Iglesias como "regenerador" de la
República en diciembre de 1882, el retiro después del Tratado de
33
Ancón de las fuerzas chilenas que eran el sustento militar de este
gobierno y la abierta disputa por el poder entre Iglesias y Cáceres
hasta 1886, eran procesos decisivos que en nada facilitaban la
reimposición de un control social sobre la población indígena. El retiro
de las fuerzas chilenas, sobre todo, fue percibido con un particular
espanto por la clase propietaria, ya que los soldados chilenos habían
sido durante estos años de crisis los únicos garantes de sus bienes,
frente al ataque de las masas populares. Ante la desorganización del
ejército peruano; las tropas chilenas eran igualmente la única fuerza
de contención a la movilización campesina. Es por esto que
paralelamente al retiro de ellas, el levantamiento de los campesinos
adquiere mayor intensidad y amplitud. Aquí sólo quisiera citar
algunos ejemplos.
En abril de 1884 Nemesio Viaña encabezó en Cerro de Pasco un
levantamiento de 400 indios aprovechando que el prefecto del
departamento Pedro Más y una tropa de 200 soldados abandonaron
la ciudad para ayudar al sofocamiento de una rebelión en Huánuco33.
Viaña se levantó en nombre de Andrés A. Cáceres, mientras que Más
era uno de los prefectos designados por Iglesisas. El levantamiento
fue muy breve y terminó con la derrota dei primero34. En mayo de
1884 el campesinado andino se rebeló en la provincia de Huánuco,
mientras que làs "montoneras" tomaban Chincha Alta35. Un mes más
tarde, junio de 1884, levantamientos similares ocurrían en el Cuzco,
en Vilcabamba (Junín), en Cajamarca.36 En agosto del mismo año,
Jïnalmente, Puga y sus "montoneras", después de consolidar su poder
en Cajamarca, pasaron a ocupar Lambaye que, extendiendo así su
dominio al conjunto del norte peruano37. En suma, la profunda
debilidad del gobierno de
Iglesias y la ausencia de todo control por el retiro sucesivo del
ejército chileno, generaron una revuelta generalizada a lo largo de
todo el país. Alfred St. John comprueba en efecto:
33 E. Steel a Alfred St. John, Cerro de Pasco, I Y/4/ 1884: P. R. O., F. O. 1771182.
34 Suplemento al registro oficial n. 13", Cerro de Pasco, 9)4/1884: P. R. O., F. O.
177/182.
35 Alfred St. John a Granville, Lima, 7/5/1884: P. R. O.; F. O. 61/353.
36 Alfred St. John a Granville, Lima, 516/1884: P., R. O., F. O. 67/353.
37 El vicecónsul británico a William Barrington, Lambayeque, 16/8/1884: P. R. O., F.
O. 1771182.
Heráclito Bonilla. El Problema Nacional y Colonial del Perú en el Contexto de la Guerra del Pacífico.
Desarrollo Económico Vol. 20 N°77. 1980.
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34
Este país está completamente sumergido en la anarquía, y todos
sienten que la autoridad del general Iglesias sólo durará mientras
este apoyada por las bayonetas chilenas38.
No se conocen desafortunadamente las condiciones precisas en
que una nueva pax andina fue impuesta al campesinado rebelde.
Pero, en cambio, es posible argumentar sobré las consecuencias que
tuvo la guerra sobre el campesinado andino. En la guerra con Chile el
campesinado andino aprendió, aunque seguramente de una manera
todavía errática, a tomar conciencia de su situación y establecer lazos
de solidaridad más amplios que los impuestos por los estrechos
marcos de sus comunidades tradicionales. Es esta toma de conciencia
la que llevó, por ejemplo, a los asentamientos dispersos de las altas
punas de Huancavelica, surgidos como respuesta al incremento
demográfico y al fraccionamiento de la propiedad de la tierra en
comunidades de los valles, a organizarse y a romper los nexos de
subordinación que mantenían con estas últimas, es decir, con
comunidades enteramente dominadas por los blancos (Favre, 1972,
págs. 10-11). En esta toma de conciencia, también la que alentó más
tarde el extraordinario movimiento liderado por Atusparia, el alcalde
de indios de Huaraz, en la sierra norte, movimiento que por otra
parte no es sino el preludio del renacimiento de un fantástico ciclo de
revueltas campesinas que atraviesa el centro y sur del Perú.
Frente al contacto directo y desnudo de la agresión y expoliación
impuesta por el invasor extranjero, la conciencia hasta entonces
étnica del campesinado andino empezaba tal vez a transformarse en
un sentimiento de solidaridad nacional frente al destino común de un
pueblo por ahora vencido. "Y como oí que todos se llamaban
peruanos, yo también me llamé peruano... Aprendí que Perú es una
nación y Chile otra nación", es la expresión patética del indio Aparicio
Pomares en el relato de Enrique López Albújar.
***
En las páginas anteriores se ha tratado de mostrar de la manera
más precisa posible el impacto de la Guerra del Pacífico en la
descomposición interna de la sociedad peruana. Ahora, a manera de
epílogo y para trabajos posteriores, es conveniente dejar anotadas al-
35
gunas reflexiones sobre el significado de este conflicto en la posterior
historia económica y política del Perú contemporáneo y sobre el
nuevo carácter que paralelamente revisten las relaciones étnica y de
clase. A falta de indicadores más precisos, las notas escritas por
Clavero en 1896 permiten una primera evaluación del impacto del
conflicto en la estructura interna de la sociedad peruana. Sus
observaciones están resumidas en el cuadro siguiente:
La palabra "colapso" es probablemente la que mejor expresa la
situación del Perú después de la guerra, colapso, en este caso,
traducido en una alteración significativa de la estratificación social. No
es otro el significado de la desaparición de la cúpula oligárquica y el
tremendo incremento en la pauperización de las clases populares. A
este cuadro de base se añade la práctica paralización de la economía
peruana inmediatamente después de la guerra. Se sabe, en efecto,
que el valor de las importaciones en 1885 ascendía a 8.181.000,
mientras que las exportaciones sólo llegaban a 2.400.000 soles
(Basadre, 196264, t. VI, pág. 2.695). Pero aquello no era todo. La
crisis política nacida por la destrucción del control y del Estado
oligárquicos, coronaba el desequilibrio social y el estancamiento de la
economía peruana.
La forma como el Perú se "reconstruye", es decir el nuevo
alineamiento interno de sus diferentes fuerzas sociales, así como la
nueva naturaleza que reviste su inserción en el mercado
internacional, hacen de los años inmediatos de la posguerra el punto
de partida del ordenamiento del Perú contemporáneo. Brevemente, la
recuperación de la economía peruana fue el resultado de tres
procesos convergentes: la monopolización de los recursos, su
desnacionalización y el flujo creciente, bajo nuevas modalidades
operativas, del capital extranjero. La creación de la Peruvian
Corporation en 1890, al cancelar la deuda externa peruana mediante
la entrega a los bondholders ingleses de los principales recursos
productivos del país, es el acto obligado que permite la recomposición
económica del Perú. Salvo algunas pero poco significativa36
excepciones, los enclaves imperialistas se convierten así en los
agentes del reactivamiento de la economía peruana. Ellos canalizan
las inversiones directas del capital extranjero hacia la explotación de
los principales recursos naturales y configuran los nuevos espacios
económicos. Se crean de está manera las bases para la explotación
intensiva del azúcar, del cobre y del petróleo.
De manera paralela a la reconstrucción de la economía peruana,
se hizo necesario proceder al reordenamiento institucional de la
sociedad y al restablecimiento de un control político que fuese
compatible con las nuevas exigencias de la economía internacional.
Pero esta vez el proceso político fue menos lineal y la década entre
1885 y 1895 es apenas el inicio balbuceante de una solución
definitiva.
La guerra no sólo había volatilizado toda la estructura del control
impuesto por la oligarquía civilista, sino que había dejado a ella
misma en absoluta incapacidad para restablecer su dominio. Después
del Tratado de Ancón y hasta 1886 son Miguel Iglesias y Andrés A.
Cáceres, dos militares, quienes se disputan el poder político. Para la
oligarquía civilista, luego de su desencanto con Iglesias, era Cáceres
el único caudillo con el prestigio y la autoridad suficientes como para
imponer el orden interno necesario al restablecimiento de sus
negocios. Pese a que sus miembros habían sido combatidos por el
mismo Cáceres durante la guerra, ellos no vacilaron en apoyar su
gobierno en función de estas exigencias materiales. Es este pacto,
renovado en 1890, el que permitió a la oligarquía civilista el espacio
necesario para su restablecimiento como clase y para prepararse para
compartir el poder en 1895 con Nicolás de Piérola, es decir, con otro
de sus más decididos adversarios.
Pero si bien la reconstrucción económica y política apuntaba de un
lado hacia la estabilidad del sistema, ella no podía dejar de generar
efectos contrarios. En efecto, una nueva pax andina en el seno del
campesinado fue la más difícil de obtener. La guerra con Chile había
permitido una impresionante movilización del campesinado andino, la
cual además se había intensificado a medida que las tropas chilenas
abandonaban el territorio peruano. La reconstitución del caciquismo
regional implicó la represión de estas rebeliones andinas, pero aquella
fue una victoria muy precaria. La casi inmediata implantación de los
"enclaves" capitalistas en la minería y la agricultura, al proletarizar y
pauperizar a segmentos importantes de la población campesina,
volvió a encender las llamas de la rebeldía en las brasas aú37
humeantes dejadas por el conflicto del 79. Pero lo que en adelante
producirá este fulminante serán rebeliones campesinas más que
rebeliones de indígenas. Por si esto fuera poco, el conflicto con Chile
al revelar lo que Gonzales Prada llamara "las llagas purulentas" de la
sociedad peruana, inspiró el nacimiento de las ideologías radicales
que cuestionarán la esencia y la legitimidad de la dominación
oligárquica.



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*LA GUERRA DEL GUANO Y EL SALITRE*

EL 7 DE JUNIO 1880. EN ARICA SE GESTO UNA DE LAS PAGINAS MAS DIGNAS DE LA HISTORIA PERUANA LUEGO DE CONOCIDA LA DERROTA EN EL ALTO DE LA ALIANZAY LA CAPTURA DE TACNA (26 de Mayo de 1880),QUEDABAN SOLO DOS POSIBILIDADES PARA LOS SOLDADOS PERUANOS EN ARICA RETIRARSE AL ESTE ABANDONAR EL PUERTO MAS ESTRATEGICO DEL SUR O BIEN QUEDARSE A PELEAR HASTA EL FINAL LOS SOLDADOS PERUANOS, CON EL CORONEL FRANCISCO BOLOGNESI OPTARON POR QUEDARSE Y ANTE EL PEDIDO DE RENDICIONDEL ENEMIGO DECIDIERON LUCHAR HASTA QUEMAR EL ULTIMO CARTUCHO